viernes, 30 de octubre de 2009

Esa maldita noche de perros




Después de hacer 733 kilómetros, te alojas en una habitación con vista al mar, y crees que llegaste al paraíso, la paz se acaba a los pocos minutos.

Te suena el teléfono. Tu valija todavía esta armada, y un RRPP te informa que Naomi Campbell acaba de llegar a Punta del Este. Entonces salís corriendo. Vas a buscarla por toda la ciudad. Solo sabes que la llevan en una 4x4 negra. Tan negra como ella. Y todas las 4x4 que te cruzas son negras. Negras de mierda.

Después de un gran operativo de fotógrafos y periodistas la encontraron en un campo.
Pero para hacer una foto te tenes que meter a una huerta con el fotógrafo. Y te olvidaste que tenes puesto los pantalones cortos. Te llenas de abrojos y pinches.

Puteas en voz baja. Haces cuerpo a tierra. Seguís hasta llegar cerca. La vemos. Ella se saca el corpiño. Hace topless y debajo de sus brazos crece una maleza de pelos más negros que ella. El fotógrafo apunta con su lente y dispara. El ruido del obturador parece el de una escopeta.

Nos quedamos hasta que la luz se va. Volvemos a casa. Nos bañamos. Es 31 de diciembre. Todavía no compramos la comida para la cena.

Para nosotros esta noche es igual a todas las noches anteriores, lejos de casa y de la familia. Y los vecinos ponen a Pity a todo lo que da, y de nuevo la mediocridad pordiosera de la clase media argentina que se cree rico porque veranea en Punta del Este demuestra lo que es mientras se atragantan comiendo asado o en un sushi libre.

Respiro. Busco las cosas que me voy a poner esa noche. Obvio que la consigna era tener alguna ropa blanca. Y mi valija ya estaba desarmada. Y yo podía decir que estaba instalado en Punta del Este. Ya había padecido un robo. Y en la cena estaba toda la gente vestida de blanco. Enseguida un batallón de cohetes y luces de colores inundaron el cielo, y una gran cantidad de alcohol nuestras bocas. Todos queríamos olvidar los malos momentos del 2008. Otra obviedad que hace la gente en Punta del Este.

El chico con el que jugueteaba, aunque nunca concretamos estaba en la otra punta de la ciudad. Yo festejaba con periodistas y fotógrafos de todos los medios. Él con su gente.

Otra gente hacía un tour y se acercaba a la playa, para sacar fotos del paisaje iluminado desde arriba de sus autos.

Los colores del cielo eran intensos. Y los fotógrafos seguían tirando fotos pelotudas para todos lados. Todos a la vez intentabamos comunicarnos con nuestras familias que estaban en Buenos Aires, mientras con la otra mano, ellos seguían sacando fotos. Yo desconozco para qué sacan esas fotos desencuadradas y fuera de foco, después de haber tomado más de diez cervezas cada uno y no se cuantos litros de vino, sus ojos rojos parecen estar atrás de un vidrio roñoso, y gritan pelotudeces. Y se ríen. ¿De qué se ríen?, me pregunto. Y transforman la noche en un triste episodio de la Punta del Este patética. No veo la hora de empujarlos al mar desde la punta de la escollera con cámara y todo.

Aunque me bañé dos veces. El cuerpo me seguía picando. Y yo maldecía a esa maldita perra negra. A esa maldita noche de perros.

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