miércoles, 18 de noviembre de 2009

Adictos al sexo




La expresión “adicto al sexo” se hizo mundialmente conocida cuando trascendió que el actor Michael Douglas por esa época había protagonizado la taquillera película “Bajos instintos” junto a Sharon Stone con un fuerte contenido sexual había tenido que internarse para superar esta patología. ¿A veces me pregunto si yo no seré un adicto sexual y algún día me vaya a tener que internar? ¿Por qué me excita lo desconocido?. ¿Por qué me calienta hacerlo en lugares extraños?. ¿Qué tiene el mar y la playa que me excitan tanto?.

Una encuesta realizada por un fabricante de condones encontró que la gente que está de vacaciones tiene mayores probabilidades de tener sexo en un cuarto de hotel pero también en la piscina, en la playa o en el balcón del hotel. Y esa idea a mi me tentaba. Aunque yo estaba trabajando, la mayoría de la gente que me rodeaba estaba buscando tener sexo.

Por eso, salí a dar una vuelta por Punta del Este con mi auto, y tuve la imperiosa necesidad de querer salir de cacería. En ese momento estaba solo, y ningún compromiso sentimental y sexual me ataba a nadie. Entonces me desnude y salí a cazar.

A los veinte minutos de girar por la costanera del Este, decidí llegar a Chihuahua, la playa nudista de la ciudad. Me olvide de las obligaciones que tenía ese día y quise tentarlos a todos los que se me cruzaban desnudos para que tengan sexo conmigo, pero dentro de esa búsqueda, me encontré con un mundo suburbano, mucho más sexual del que me imaginaba.

En Punta del Este la masturbación compulsiva es lo que más funciona, y muy pocos cometen abusos sexuales, y muchos practican relaciones múltiples con heterosexuales u homosexuales, y todos tienen encuentros ocasionales con desconocidos, y muchos en Maldonado practican la prostitución, y en Chihuahua el exhibicionismo, pero me llamo mucho la atención la historia de Guillermo y Ana, quienes bajo el titulo de seres naturistas, practican el turismo sexual en las playas Vip del Uruguay.

Llevaba al menos una hora tomando el sol desnudo, en la arena blanca en aquel médano medio oculto y solitario que un hombre me había recomendado el otro día por chat. Y una pequeña brisa me hizo abrir los ojos, y delante de mí estaba una mujer con una túnica transparente abierta, que con el viento parecía flotar. El calor es extremadamente agobiante y sus pezones estaban duros. Y ella llevaba en su mano unos papelitos que repartía, a los que estábamos desnudos.

Al ver que me extiende la mano, esta treintañera. Me incorporo. Su suave piel me dio electricidad, El papel olía a perfume, crema solar y sudor. Me levanto y después de recorrer con la mirada el perfecto cuerpo de esa mujer, camino hacia la orilla en silencio, leyendo el papel que decía: “Mi pareja y yo practicamos sexo gratis, si tenes ganas acércate a la sombrilla amarilla”.
Cuando leí el papelito me di vuelta para ver donde ella estaba. Ya estaba junto a su macho, y junto a otro hombre en la sombrilla amarilla. Los tres se reían y se dirigían desnudos hacía el mar.

El agua estaba deliciosamente templada. Hice que nadaba, pero me escondía debajo de las olas para poder espiarlos. Ella recogía agua en el hueco de sus manos y se la echaba a ellos, su marido miraba con una sonrisa, como ella acariciaba el pelo rizado del otro hombre, y yo veía como la mano de ese hombre y la de Guillermo bajaban juntas por la espalda de Ana, luego Guillermo la tomaba por su vientre y ella se apoyaba en su sexo, y el otro hombre con sus dedos se deslizaba entre sus piernas. Voy sumergiéndome poco a poco, me voy acercando como un cazador a su presa, en las cristalinas aguas se podían ver los miembros de ellos y el cuerpo de ella moviéndose al mismo ritmo. Estaba completamente caliente, completamente entregado.

En un ataque de felicidad y bienestar no pude evitar acercarme a ellos y lanzar un grito de placer. Ella estiro su mano y la de su marido, y entre los dos me invitaron a sumarme, inconsciente del calor que sentía, toque el duro culo de gimnasio de él y chupe las tetas de ella. Ana se puso más de pie, y viene hacia mí con su cara redonda y su sonrisa feliz. Metió su mano en el agua hasta tocar mi miembro y me acarició tantas veces, y antes de que acabásemos todos. Propuso que nademos todos juntos, entonces su marido me sostiene en sus brazos y me hace cosquillas en la oreja con la lengua. No deja de tocarme continuamente todo el cuerpo, cosa que me empieza a poner cachondo y Ana junto al otro hombre también me acariciaban. Ahora yo era la nueva presa.

Una pareja gay camina por la playa. Nos habían visto antes, cuando nuestros cuerpos desnudos estaban enroscados en la orilla y ahora entrelazados en el agua. Son franceses y hablan con voz muy alta. Creen que nosotros somos esos latinos apasionados que protagonizan siempre películas porno, y que tenemos en nuestra sangre esa cruza de indios escapados del Amazona con nietos de europeos. Descontrol sexual cien por cien garantizado. Todos me siguen acariciando, pero cuando Ana y Francisco los descubren a ellos, levantan las manos y los saludan. Entonces mientras nosotros seguíamos entrelazados, mi cuerpo flotando veo que la cadera de Ana esta apoyada contra el cuerpo del otro hombre; y se mueven con un mismo ritmo. Desde la orilla, los franceses se sacan sus bañadores que dejan poco a la imaginación. Y se acercan a nosotros nadando.

No entiendo casi nada de lo que dicen debido a la creciente excitación que va creciendo en mí, pero asiento y sonrió a modo de respuesta. Entonces uno de ellos me aprieta bajo el agua y me roza mi miembro delicadamente con la yema de sus dedos. Yo le agarro su verga, rodeándola con la mano, bajando la piel por la vara para dejar al descubierto todo su glande del tamaño de una bellota. Tiene una gran erección. Mi miembro también se ha endurecido.

Mi mano baja hasta su dulce culo. Con el dedo índice inicio una serie de caricias circulares en torno de su gluteo. Reprime sus gemidos o dice algo en francés que no entiendo. Otro dedo más atrevido penetra en el tesoro de Ana, hundiéndose entre sus piernas.

Continuamos el simulacro de conversación con la pareja extranjera, aunque yo ya no puedo articular más de 3 palabras seguidas con sentido. Al juguetón dedo se le une un segundo. Mi respiración se acelera más cuando uno de ellos mete su cabeza debajo del agua y me alza violentamente y mete mi miembro duro como un obelisco adentro de su boca. Siento como avanza cada centímetro de esa bendita boca en mi, haciéndome ver las estrellas del placer que siento.

A esas alturas nuestras caras nos deberían delatar, todos desde la playa se imaginarían que estábamos haciendo.

Las arremetidas del francés son largas y lentas, saca su cabeza para tomar aire y la esconde debajo del agua para volverla a chupar, Ana y Francisco están teniendo sexo con el otro hombre y los dos franceses me acarician y me chupan, y me muerden haciéndome sufrir con tal dulce tormento. Mientras todos jugábamos a nuestro antojo, Ana me susurra al oído obscenidades sobre mi cuerpo, lo caliente que la pongo y lo mucho que desearía follar conmigo y los francesitos. La primera vez que acabo llega de una manera bruscamente, una corriente eléctrica que recorre toda mi columna bajando hasta mi sexo. No he podido evitar que mis jadeos escapasen de mi garganta compartiéndolos con toda la playa.

La pareja, al fin, parece que si se ha dado cuenta de lo que sucede porque se sonríen de forma cómplice y nos miran con curiosidad y morbo. Siento una terrible vergüenza, y a la vez me excita que los mirones que se quedaron en la arena estén fantaseando con lo que hacemos, o con lo que nos harían si pudieran. A pesar de todo seguimos fingiendo. Los seis seguimos fingiendo.

Ahora tomo yo la iniciativa, y empiezo a subir y bajar mis caderas de forma elíptica cada vez más rápido aprovechando el ritmo de las olas. Es ahora Guillermo, el marido de Ana, quien empieza a gemir, los tonos han cambiado y el hombre lo abraza a él por atrás. Antes de que nos demos cuenta hemos quedado con los franchutes para cenar esta noche y se alejan discretamente por donde han venido. Ahora que nadie nos observa, empiezo a conversar con Ana, mientas su marido se termina de entretener con el otro hombre. Entonces ella me mira picara y hace un movimiento giratorio y vibrante con la pelvis debajo del agua, de manera que frota su clítoris contra la base de mis testículos. Entonces se la arremeto una y otra vez, hasta volverme violento. Sus pechos golpean una y otra vez la superficie del agua y la agarro con desesperación desde atrás. Entonces es cuando sucedió, mi cuerpo se puso rígido, y mi verga palpitaba y crecía aún más segundos antes de descargar comienzo a rugir como un león en celo. Eso me hace llegar a mi fantástico segundo orgasmo, incluso más intenso que el primero. Abro la boca poniendo los ojos en blanco, ella arquea su espalda, pero a diferencia de mi, ningún sonido escapa de su boca...

Después los cuatro recuperamos el aire de forma lenta y paulatina, parecemos cuatros peces que hubieran sacado del mar contra su voluntad. Me giro hacia Ana y Francisco, nos sonreímos y saludamos tiernamente como viejos amigos. Mientras nos dirigimos a las toallas, no paro de pensar en los papelitos de Ana ofreciendo sexo, ofreciendo a turistas su sexo. Llego a mi toalla, me seco, guardo en mi mochila el papelito arrugado que aún dice: “Mi pareja y yo practicamos sexo gratis, si tenes ganas acércate a la sombrilla amarilla” , veo que están guardando su sombrilla para irse, me siento en la arena y pienso, porque no, en la prometedora cena de esta noche con los franceses.